A menudo me sorprendo viviendo como si alguien me persiguiera.  Y sí, me persigue mi impaciencia. Percatarme de eso no ha sido nada sencillo.  Tuve que ponerme anteojos en el alma para poder observarme a mí misma como el perro que juega a encontrarse con su cola, sin avanzar aunque se cansa y jura que ha hecho mucho.

Un buen día, un mágico día saboreé el sabor de detenerme.  Increíble pero fue a mis 4O años que me dí el privilegio de detenerme, privilegio, permiso, licencia, derecho sagrado de detenerme.

Lo hice el día que supe que estaba embarazada de mi segunda hija.  Según los cálculos nacería cerca de mis 4O años entonces, ahí si, en la esquina, antes de doblar y tomar la próxima cuesta abajo de mi vida, decidí no echar a rodar mis impulsos. Me detuve.

La primera gran decisión fue repetir lo bueno que hice con mi hija mayor, María José:  le contaba historias a Laura estando en mi pancita, le cantaba, le recitaba poemas inventados;  si oía un pájaro me paraba a escucharlo para explicarle a Lau que unos tienen alas físicas y nosotros alas en el corazón;  si oía el río le contaba la grandeza de los que fluyen y cuando llegaba la noche le explicaba sobre la abundancia que hay en el silencio.  

Otra gran decisión fue muy muy importante:  cambiar de trabajo. Más de una década reporteando en la calle llegó a su final.  Amaba ese trabajo pero ¿quién dice que hay que odiar lo que hacemos para dejarlo?.  Pienso que el desapego es el arte de dejar algo bueno por buscar algo mejor, si no no sería desapego sino huída y yo  no huía.  Intuí que algo mejor venía si soltaba la liana a la que estaba aferrada.  El bosque es demasiado grande para refugiarse en un sólo árbol por tanto tiempo.

Al detenerme empecé a ver lo que había pasado y lo que podría ser en el futuro. Por eso las decisiones eran bien pensadas. Hubo dolor en el desapego, pero pasó y dí a luz un proyecto propio que 7 años después sigue en pie.  Mi hija nació pujada por mi amor, el mismo día en que cumplí 4O años, ni un día antes ni uno después.  A veces creo que coincidir en el día de nacimiento fue el premio que la vida me dio por haberme detenido y elegir que lo mejor estaba por llegar. Y saber que en efecto, así ha sido. 

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Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

1 comentario

  1. Ileana Cruz Quesada on

    Bellas palabras, Lizeth, como siempre de gran motivación. Yo pasé por lo mismo, cada 1 de mayo siento nostalgia por aquel trabajo que ejercía en la Asamblea Legislativa y que me llenaba tanto de orgullo; pero había que detenerse y tomar otro rumbo, habían sido diez años de aprendizaje profesional, pero a la vez de un abandono total de mi familia, el estrés que vivía dentro me hacía olvidar la esencia de mi vida: el amor de los que realmente me necesitaban. Dejé lo que tanto amaba y lo cambié por una pasión dormida, un sueño que creía imposible de alcanzar a mis 37 años, ser profesora de Español. Hoy con gran optimismo me dedico a aquel sueño de niña, el jugar “a la escuelita” lo volví realidad y tuve otra hija que conoce sólo está última etapa y que vive orgullosa de que su mamá sea una “teacher”, como suele llamarme. Gracias por estos espacios. Un abrazo sincero. Ileana Cruz. PD: Ojalá algún día podamos tomarnos un café, tenemos mucho en común y te admiro demasiado.😙❤