Poderosa, así es la mente de los que son líderes de su propia vida. Encuentro en ellos, en los que he conocido y los que he estudiado, varios denominadores comunes.
Primero, tienen la convicción del mensaje que le comunican a los demás. De su boca no sale una sola palabra que antes no haya pasado por su mente y su corazón. Por eso le creímos a Nelson Mandela cuando dijo “Las dificultades quiebran a algunos hombres, pero construyen a otros”. A él, líder de todo un pueblo, los barrotes en prisión le ayudaron a construir su propósito. En el peor de los escenarios, encontró la mejor y más transformadora forma de luchar.
Segundo, tienen tal nivel de seguridad que se permiten la grandeza de la humildad para escuchar a su equipo. Por eso, me encantó cuando Gabino Castillo, no vidente desde los 23 años, me comentó que al ser contratado por Walmart, él se acercó a su jefe. Le comentó que él podía hacer más de lo que quizá el creía. El jefe lo escuchó y le pidió a Gabino que le enseñara qué y cómo lo ejecutaría. “Le mostré de lo que soy capaz. El jefe me puso toda la atención y al final me dijo que le parecía excelente y ya no soy nada más una persona en empaques. Me dio el chance. Me siento más útil, todavía”. Cuánto vale el líder que facilita y se alegra del crecimiento de quienes están a su alrededor.
Tercero, el líder sabe que todos los días debe aprender. Menciono lo que compartió John Maxwell, empresario, escritor, coach y conferencista estadounidense. Dice que un día, después de una conferencia que ofreció, se le acercó un señor de 6O años a darle las gracias y le dijo que de haberlo escuchado hace 2O años, su vida hubiera cambiado más a tiempo. Maxwell le dice: “Señor, con todo respeto, eso no es así. Viera que hace 2O años yo no sabía lo que sé hoy. Y espero en Dios que mañana sepa más de lo que sé hoy”.
Estos son apenas tres ejemplos de los muchos que me hacen concluir que los líderes son almas convencidas en sus batallas, humildes, inspiradoras y alumnas perennes de la vida.