Por: Lizeth Castro/ lcastro@lizethcastro.tv
Un dia hice un contrato conmigo misma:
Que mi corazón no pidiera permiso
para latir con pasión ,
por lo que quiera,
por lo que decida.
Que mi risa no tuviera un silenciador.
Que el odio nunca sea inquilino de mi alma.
No califica para estar conmigo.
Que yo sea apoderada generalísima y única
de mis sueños,
sin līmite de suma.
Que todo brille, cuando quiera brillar,
Y que la oscuridad sea,
porque a veces así será
con una condición:
que no se instale
que no se quede
que no haga hogar en mí.
Oscuridad que se desvanecerá,
nació para desvanecerse.
Así queda decretado.
Que todo lo bueno
no tenga vergüenza de serlo
aunque el mundo esté patas arriba
o su opinión sea distinta a la mía
(qué bueno que sea así).
Que lo bueno sea celebrado
Y repetido
Y multiplicado
Y esparcido.
Que lo malo sea perdonado,
lo maravilloso sea infinito.
Que empiece o termine
Cuando haya que empezar o terminar
las veces que sea necesario,
Sin pedir permiso.
Que el cielo me cubra,
me rodee, me salve de mí misma,
por puro Amor Divino,
porque creo en El más que en mi barro.
Vivir.
Sin pedir permiso.
Ese es mi contrato.
Firmo aquí, en mi sangre, en mi alma .
Imborrable.