Gracias Ma, porque siempre alcanzó para todos.
Porque tu cuchillo lograba milagros: partir un bollo de pan en muchos pedazos; medio ayote en pedacitos para todos; un bistec en varios trozos, todos perfectos porque el cuchillo se afilaba con una piedra especial, la del amor, la que dividía lo poco en partes iguales…Bueno no… Vos y Papi posiblemente comían menos aunque sonreían más al vernos comer con ganas, no sin antes decirnos que Dios siempre es bueno porque siempre es un Dios de amor.
Gracias Mamita, por enseñarnos a compartir. No era opcional, esas son las grandes cosas que la pobreza logra: entender la verdadera abundancia, la vida misma, la familia, el amor.
Gracias por los bultos que nos cosiste en tu mágica máquina de coser; los vestidos hermosos que nos hacías de retazos que repartían en la Iglesia; los cuadernos que nos cosías con las hojas que no usamos del año pasado y el manjar que lograbas con un muslo de pollo. Todo todo se convertía en obra de arte, en tus manos.
Gracias Ma, por tu bendita forma de amar; cero alcahueterías, límites claros, enojos cuando se asomaba la mediocridad. Hoy ya somos grandes y seguimos buscando tu regazo porque nadie ni nada, ningún título de los muchos que tienen mis hermanos y del que yo tengo, nada nada supera la posición privilegiada de HIJOS DE NUESTRA MAMÁ, de Virginia Castillo, la mejor, la dueña de ese cuchillo que nos alimentó salpicando todo de amor.
Ese título de hijos orgullosos no está en ninguna pared empolvándose ; está en el corazón donde cada día brilla más, Mamita.