Por Lizeth Castro

A la casa del jefe cerebro alguien llegó a mal informar al corazón.  Que a veces se reía mucho y que otras lloraba demasiado. Que a veces está muy callado y otras la gente pregunta “¿Dónde se apaga este?”.  Que es mal consejero porque lo mueve la fe, lo alienta la ilusión y toma “fresco de riesgos” a diario.   Aunque algunos decían eso, el cerebro tomó una decisión:  hacerlo su amigo.

El cerebro consideró cuánto vacío hay si sólo se piensa y no se siente.  Y reflexionó en cuánto peligro hay en sentir y no pensar. Por eso, entendió que ambos tienen que ser amigos.

Cuentan que desde que el cerebro y el corazón pactaron esta amistad, la vida es mejor. Hay quien dice que los ha escuchado discutir y discuten muy fuerte porque ambos son apasionados.  El uno traza planos calculados y medidos;  el otro opina que no le gustan, que no le hacen click, que la regla con la que se mide un proyecto no garantiza la felicidad.  El uno duerme en paz cuando se siente satisfecho y el otro de la alegría ni duerme y aún así se despertará sonriendo.  No es que el cerebro sea cuerdo y el corazón, loco. No.  Es que ambos están diseñados para ser complemento y aunque muy distintos si se llevan bien, harán maravillas.

Dicen que por eso Dios no crea un solo ser humano con cerebro y sin corazón..  El primero ejecutará pero el segundo no miente.  Por eso dicen que los sabios son aquellos que han entendido que la felicidad verdadera es la que celebra esa amistad perdurable que hace que los seres humanos no tengan que morirse para sentirse en paz y en plenitud.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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