El amor es más sencillo de lo que creemos.  Si San Pablo hubiera sabido que en nombre de esta pequeña y poderosa palabra podía ganar tanto dinero como los autores de libros de autoayuda o como los guionistas de las películas y las novelas o como los farmacéuticos que tienen recetas para el desamor, talvez tanta cosa lo hubiera enredado y no hubiera tenido la claridad cuando nos dice, de forma magistral y llana de lo que se trata:  es paciente, no hace nada indebido, no hace alarde, todo lo espera, todo lo cree, no pasará jamás.

¿Te estás obligando a amar? No estás amando. ¿Te estás obligando a sentir amor? No estás amando. ¿Estás fingiendo amar? No estás amando. ¿Te sentís comprometida a hacerle creer que lo amas? No estás amando. ¿Pasan los días y te exigís amar porque es una decisión que si no la tomas te llenás de pecado? No estás amando.

San Pablo dice que el amor se alegra con la verdad.   ¿Cuánta verdad hay en tu amor hacia ella? ¿Cuánta verdad hay en tus “te amo” hacia él? ¿Es de verdad eso que sentís y eso que decidís o es que otros te dicen que así debe ser?

No hay que enredarse. Yo me quedo con que el amor se alegra con la verdad y que sentirlo y decidirlo van de la mano;  si el amor se alegra con la verdad nace desde adentro, desde la voz interior que no miente; si se alegra con la verdad debe defenderse con alegría, con solidaridad, con pasión, con locura y no con golpes en el pecho para cumplir con la norma;  se defiende y se pelea por él porque nos mantiene de pie y jamás nos humilla, porque nos hace vivir y ver de frente, porque nos construye, porque nos desafía,  porque nos merece y merecemos sentirlo profundamente y decidirlo si lo sentimos.  Obligarlo es todo menos amar.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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