A mí me gustaría que ahora que te llamé, me contestaras.
Que comentáramos que ha llovido a cántaros;
que la rara combinación Jennifer López-Roberto Carlos en una canción, les quedó hermosa.
Me gustaría burlarme de que con la pandemia yo engordé y vos no.
Hablar de que con el coronavirus uno encuentra que la casa de uno no es cualquier casa sino un refugio, pequeño o grande, pero refugio.
Me gustaría ponerle fecha a nuestro próximo café y que sea pronto. Virtual, no importa, pero vos aquí no más, y yo aquí.
A mí me gustaría, pero a la vida no le interesa lo que quiero. Ella decidió tirarme una cubeta de hielo sobre la cabeza y no he podido ni siquiera advertir este dolor.
No me puedo quitar, correr, esquinearme, invisibilizarme ni puedo pedir que pare.
El hielo no se termina y he decidido quedarme encogida como si la vida tuviera compasión de los estrujados por el dolor y no, no la tiene.
La vida va, nada más.
A mí me gustaría que no te hubieras ido y que esta aplanadora no me estripara tanto el corazón y preferiría que me sacara sangre, en vez de lágrimas porque esas tienen deshidratada mi alma y no hay suero que reponga esta sequía.
Todo eso me gustaría.
Pero no siempre se puede tener todo.
Sólo tu voz en el teléfono. No, ni eso.
¿Le podré pedir a Dios que un día, descalzas, en el paraíso, podamos tomarnos ese café? Vos, con tu belleza cerámica de niña eterna, amiga, y yo con mis ojos café viendo que la vida era un ratito y que duele crecer por dentro, sobre todo en los tramos en que hay que despedirse de la gente mágica y vuelan lejos, inalcanzables.
No pierdo nada con pedir eso. Si ya perdí tu presencia, qué más da!