Para que un árbitro detuviera este juego, es porque consideró que un enemigo estaba invadiendo la cancha y así fue: eran varios enemigos llamados insultos racistas. ¿Y quién gritaba semejantes barbaridades? Los adultos que dan el ejemplo, contra un niño que brillaba en el equipo contra el que competían sus hijos. Inadmisible y vergonzoso.  

Las palabras son golpes y dolieron tanto que el niño Maikell McDonald, de 1O años “lloró y quizo salirse del partido que disputaba el sábado anterior con Alajuelense”. 

Relata La Nación que el silbatero explica que “se procedió a detener el juego luego de que el jugador se aproximara a mi persona llorando por lo sucedido”. El árbitro vio a los adultos agresores vestidos con camisetas del Saprissa y se acercó al entrenador de ese equipo.

La agresión se detuvo y el partido continuó.

Lo que hizo David Céspedes, el árbitro de ese partido, todos debemos imitarlo:  hay que detener el juego. No hay juego en los insultos, no hay competencia en la agresión, no hay espíritu ganador en la humillación.  

El papá de Maikell estaba en el partido y entiendo por qué dice : “Uno no está preparado para eso (ofensas a los hijos) porque yo nunca haría eso sabiendo que tengo un hijo jugando o dos”.  Sí, don Jasper, yo tampoco estaría preparada y el corazón se me haría un puño al igual que el suyo.

Hay que detener todo aquello que parezca juego, chiste, chota, vacilón a costa de la dignidad de otros. 

Hay que incomodarse ante la intolerancia y el irrespeto.  Ante niños matones y adultos agresores. Ante todo aquél que peor aún, teniendo hijos, pase por alto que su ejemplo educa, modela y marca a los más pequeños.

Si tenemos que denunciar a alguien, la línea 1147 del PANI recibe denuncias, o el 9-1-1.  Hagámoslo, sin dudar, paremos ese “juego”.

 

 

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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