Mami, en algún momento de mi vida, particularmente en la adolescencia, me cruzó la idea de que a mí me había tocado la mamá más intransigente y estricta del mundo. Las razones eran obvias:

Me dijiste que no, en momentos en que yo quería que me dijeras sí.

Me pusiste límites clarísimos de respeto y no permitías que los hijos si quiera nos atreviéramos a hacer un intento de grito contra vos o  Papi.

Nos exigías que hiciéramos  siempre el mejor esfuerzo lejano a la pereza y a la mediocridad.

Me obligabas a terminar lo que había empezado sin derecho a decir que estaba cansada.

Nos decías hasta el cansancio que fuéramos buenos y rápidos para no atrasar a nadie.

Nos decías que ser pobres no era excusa para estar sucios y no podíamos ir a una actividad si no estábamos impecables.

Cuando nos equivocábamos analizábamos con vos por qué el error para no volver a cometerlo.

Mil veces habremos pensado muy distinto y cada una con intensidad, vos y yo, lo expresamos abiertamente.

Entonces la frase “A mí me tocó la peor mamá del mundo” apareció en algún momento de esa adolescencia, cuando la ignorancia se paseaba divinamente por la mente.

¿Sabés qué Mami?  Hoy soy mamá y tengo que decirte gracias por todo eso.

Por haber sido entonces la que ponía límites, la que paraba un berrinche, la que obligaba a la excelencia, la que nos amaba tanto que no podía dejar de darnos herramientas para ser buenos, buenísimos en lo que decidiéramos hacer.

Gracias Mamá, nunca fuiste la peor y quiero pensar que nunca te lo imagine aunque en alguna rabieta talvez sí lo hice. Jamás lo fuiste.  Siempre, siempre, siempre, fuiste la mejor y no imagino mi vida sin tus NO y sus SI, sin esos regaños y sin tus abrazos que me curaban de todo y lo siguen haciendo.  Te amo Ma, sos la mejor del mundo.

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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