Si gana o pierde la Sele, mañana hay que ir a trabajar. Habrá que pagar la luz y el agua y si gana la Sele a nadie le perdonarán el pasaje del bus, ni le aumentarán el salario, ni bajará la inflación o le harán descuento en el peaje.
¿Pero saben qué? Si gana o pierde la Sele, mi corazón palpita distinto. Tengo que confesarlo.
Es algo de bandera, de Patria, de esos carajillos compatriotas míos que nacieron en algún barrio del país más bello del mundo, que pelean por ganar y me hacen sentir que es posible hacerlo ante cualquier rival. Y no cualquiera, sino los rivales que tienen el mismo sueño que nosotros de ser entre los mejores, los mejores.
Ver en esa cancha gente partiéndose la vida por ganar me recuerda que en la mía propia debo hacer lo mismo. Si me importa mi nombre, mis logros y mis sueños, tengo que hacerlo igual: unir fortalezas, desafiar al cansancio, respetar al contrincante, diseñar una estrategia, levantarme si me caigo, que me importe el compañero, sumar puntos y sí, gritar con toda el alma cuando se mete un gol.
Y cuidado porque si se pierde no hay que bajar los brazos y hay que recurrir a algún “profe” de la vida que me diga que la próxima hay chance de hacerlo mejor porque gracias a los errores, hay posibilidades de hacerlo mejor.
En mi cancha, también tengo que levantar los brazos hacia el cielo y no entrar a jugar si no está en el equipo el gran Arquitecto de la vida a quien le rindo honor haciendo lo mejor que puedo, disfrutándolo.
Cuando la Sele gana, como lo hizo contra Trinidad y Tobago, gana la inspiración, la voluntad por encima de la dificultad, la humildad de decir que no fue fácil. Gana mi corazón que palpita distinto y que mañana, gracias a Dios, ciertamente tiene que ir a trabajar igual, por sus sueños.
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2 comentarios
Así querida Lisset muy acertado y cierto todo lo que comentas,es un orgullo llevar la,camiseta de la Sele en pecho y cuando la SELE gana cambia todo este país respira y come Fútbol muchas bendiciones un abrazó siempre para ti
Gracias Lizeth.
La gente pierde el sabor de la victoria por carecer de humildad.
Victoria es Victoria y no hay rival pequeño. El pequeño es el que humilla, menosprecia y ningunea al rival. Los exigentes fanáticos no entienden que los rivales usan ese tonto orgullo, esa falta de humildad como acelerante, como leña para encender el coraje y luchar con hidalguia, para alcanzar el triunfo ante el “Gigante” confiado. Las más grandes victorias, las más recordadas son aquellas en las que el “matagigantes” venció.
Me gusta más, mucho más, ser el Matagigantes que el Gigante muerto…