“Ni tus peores enemigos te pueden hacer tanto daño como tus propios pensamientos”, dijo Jaime Jaramillo, premio de Paz en 1990 y a quien teníamos a escasos metros en una conferencia que dio en Costa Rica hace pocos días.
Y yo vuelvo a pensar en lo necia que soy cuando me cargo con todos los “No”, los “Eso se ve difícil”, los “Qué va!”, y los “Mejor no”.
Papá Jaime como se le conoce a este rescatador de niños en Colombia, asegura que sus ojos han visto cómo niños que vivían debajo de las alcantarillas, desechados, desfigurados por mordeduras de ratas, arruinados por el desamor, oliendo a excremento, surgen de la oscuridad y con ayuda se envalentonan porque logran sustituir los pensamientos de “No sirvo para nada, nadie me quiere” por “Haré grandes cosas. Me amo”.
Papá Jaime dice que así como él aprendió un día frente al Everest que debía ir ligero de equipaje, la vida nos exige saber elegir con qué subimos esos peñascos groserísimos que debemos escalar. Pero lo primero que debemos elegir es con qué pensamientos caminamos por la vida .
Vivir con un equipaje ligero significa que sabemos que la aventura ameritará que tengamos más paz de la que tenemos, más gozo y agradecimiento del que profesamos y menos quejas de las que pronunciamos. Nuestros pensamientos determinarán el peso que le damos a los días de prueba y a los días de éxito. Ellos nos llevarán lejos o nos atarán al portón de la casa, sin ambicionar nada y apenas respirar.
¿Cuán lejos queremos llegar? Cuan grandes sean nuestros pensamientos.