Mateo se estira en la cuna y se dispone a vivir.  Ocupa muy poco para ser feliz: pareciera que su alma, con sólo estar viva, encuentra motivo para sonreír. Y así éramos vos y yo a esa edad, sólo que se nos ha olvidado que necesitamos muy poco para reírnos de nada sin tener que justificarnos.

Los bebés sienten y cuando crecen, -porque eso le pasó a uno-, les aconsejan que no sientan tanto y que analicen todo.  Tan rico que es sentir.

Hay que volver a estirarse porque el estrés nos encoje. Ser competitivos hace que la cama no sea el lugar donde reposemos sino donde repasamos todo lo pendiente. Por estar en eso, no soñamos.  La casa ha dejado de ser para muchos el lugar donde por sólo existir me dan un abrazo y un beso, porque hasta ahí, entre hermanos, esposos, padres e hijos se ha colado la necia maña de compararse y competir. ¡Qué cansado!

De bebés no nos interesa si aquél tiene un cuerpazo o la chequera llena. No importa si mis caderas son más grandes y mi pelo no es rubio. Menos importa si mi mamá tiene celulitis y ojeras enormes o si es la señora Costa Rica. Es mi madre y me abriga y me sostiene para seguir dándome vida y la amo así sin cambiarle nada.

De bebés somos felices como Mateo que se deja tomar fotos y no posa aunque sean pal face. No “hace” que está feliz si no lo está, no tiene por qué disimular; lloraría si eso es lo que quiere hacer. La sabiduría del bebé está en estirarse, reírse, llorar, sentir. Esto es suficiente para vivir y eso es lo que debemos rescatar.

Te recomiendo:  En busca de la felicidad 

Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

Comments are closed.