Me acuerdo cuando hace años, el Ministerio de Seguridad hacía campañas para que uno no saliera muy de noche por temor a un asalto, o no dejara la casa sola, o le dijera al vecino que iba de vacaciones para que le volara ojito a la casa. Ahora, con los pelos de punta veo en el noticiero que a plena luz del día tres personas fallecen en una playa limonense donde disfrutaban con su familia y sus vecinos. Una balacera que duró segundos les quitó los sueños, la esperanza y la vida.
La ráfaga de balas ya suma 60 perforaciones en un carro y se encontraron 30 casquillos más en la calle. Una venganza, dicen los investigadores. Un pleito de drogas, agregan. Y yo digo que sí, que seguramente es todo eso pero ¿cómo protestamos los que no tenemos nada que ver con tanto odio y con la absurda ambición de tener y tener y dejar de ser?.
Las noticias dan cuenta de las balas que perforaron el carro pero hay otras que traspasan la pantalla del televisor y dan justo en nuestra paz. La paz que luce tan frágil empezando por las casas donde hay golpes y dictadores emocionales, la paz con anemia y medio desmayada que camina por barrios donde por cierto hay que pedir prestados policías de otros lugares para que patrullen las calles.
Escucho que hay gente que dice que Costa Rica se nos va de las manos y Costa Rica soy yo, mis hijas, mis padres, mis hermanos y sobrinos, mi barrio, lo que amo, lo que disfruto, lo que me hace sentirme tica y no quiero que se me vaya de las manos este tesoro de país. ¿Qué hago? En mi metro cuadrado cuidar de los míos, decirles que no hay que empeñar el alma por unos billetes, decirles que la paz no tiene precio y que empieza por dentro de cada uno. Que denunciemos si no nos gusta algo que vemos. Quiero decirles que no hagan ningún pacto con el miedo porque ese paraliza. Quiero que no nos sintamos indiferentes al entierro de hermanos, compatriotas ni gente de bien. Eso es, al menos hoy, lo que puedo hacer.