Hasta que tuve hijas comprendí aquella frase que siempre me había sonado exagerada: “El amor todo lo puede”.  En mi caso, me acuerdo que pujando veía a enfermeras y enfermeros cerca de mí pero es que era sólo yo la que podía pujar, nadie lo podía hacer por mí; recurrí entonces más al amor que a la fuerza física para hacer todo lo que estuviera a mi alcance y escuchar esa música hermosa compuesta por la vida, que es el llanto de un bebé por primera vez.

Supe que el amor por los hijos todo lo puede porque no pierde tiempo cuestionando si está bien o mal, ni mucho menos le da tiempo de sacar calculadoras ni centímetros ni urgar en cuentas de banco para saber si vale la pena dar un abrazo y decir te amo de la forma más natural con la que el corazón sabe hablar.

Por eso se me ha hecho fácil pedirles perdón cuando me he equivocado. Peligroso, eso sí que resulte fácil transitar por el camino de la culpa pero hay que desviarse de esa ruta autodestructiva, alegando precisamente que es el amor que tenemos el que nos mueve y también el que nos transforma.

Cada día, tengo un compromiso con mi amor propio;  este, es a menudo el mejor amigo del amor que siento por mis hijas.  Ambos, el propio y el que tengo por ellas me hacen mejor persona;  me invitan a seguir sueños, me impulsan a ser plena, a ser mujer realizada.  El amor todo lo puede, es cierto, qué dicha que no sólo lo leí sino que lo vivo diariamente y saben qué, ya lo entiendo al 100%.

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Acerca del Autor

Soy periodista desde que tengo uso de razón. Siempre me gustó preguntar por todo y escuchar respuestas, incluido el silencio como la mejor en algunos casos.

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