Periodista: Carolina Monge. Fotógrafa: Sissi Escalante
Rosa Granados sale con su uniforme impecable, mejillas rosadas, cabello lacio por la cintura, y un par de botas de hule. Abre el portón y regresa rápido al aula desde donde Jordan Coto, su compañero, nos saluda con la mano.
Aquí adentro, encontramos a la ‘’niña’’ Marta Solís, con un chal fucsia para protegerse del frío y una pasión por enseñar que va más allá de dar clases.
Son las 7:30am y el verde de las montañas va descubriendo todos sus tonos con los primeros rayos de sol, la neblina parece un humo muy suave, como si fuera la sábana de un gigante. El gigante está durmiendo entre las montañas y usa la ‘’sábana’’ como jugando a esconderse, pero sus 3340mts lo delatan.
Luego de meses de ‘’explosiva presencia’’, hoy el Volcán Turrialba está tranquilo y sin hacer ruido, pero siempre despierto e imponente.
La escuela El Volcán, en la Central de Santa Cruz de Turrialba, le sirve de espejo al mismo coloso, que parece mirarla de frente, pero la valentía de la ‘’niña’’ Marta es aún más imponente.
La maestra tiene 18 años de viajar todos los días desde su casa en el centro de Turrialba hasta la ‘’casa’’ del Volcán, en un trayecto que dura una hora. Actualmente realiza el recorrido en carro, pero años atrás su medio de transporte fueron un par de botas de hule.
De camino recoge a Rosa y cuando llegan, ya Jordan está en la escuela y la asistencia está completa: en un aula que llegó a albergar hasta 40 alumnos, hoy son solo dos niños.
Las constantes erupciones volcánicas que se presentan desde 2010 y se incrementaron entre marzo y mayo de este año, hicieron que decenas de familias abandonaran el pueblo y reubicaran a sus niños en escuelas aledañas.
Incluso, la familia de Rosa, vive desde hace algunos meses a unos 3km de la Escuela, pero ella decidió seguir asistiendo a esta para graduarse de sexto con la ‘’niña’’. Es así como doña Marta y sus dos ‘’hijos’’, como los llama, siguen literalmente al pie del ‘’cañón’’
‘’Muchas personas me dicen que me vaya, pero yo pienso en los niños, no importa sacrificarse por ellos. Más que deber es amor’’. Marta Solís tiene dos hijas que cada día insisten en la importancia de su seguridad, incluso entre sus colegas algunos la admiran y otros la han tildado de loca.
Esta mañana en el pueblo no hay movimiento, a lo lejos se escucha música ‘’ranchera’’ que sale del radio de una de las casas que quedan. La pulpería es el único negocio que se mantiene, aunque no hay ni un solo cliente.
Al lado de la escuela: estructuras vacías, y lo que parece una caseta de guarda, de un guarda que no existe. Dos caballos flacos, ropita de niños tendida en un alambre y una señora que se asoma por la ventana. Casas deshabitadas y una cinta amarilla que prohíbe el ingreso al Parque desde el 2012.
Carlos Chang, el Guarda Parques que cuida el acceso a la zona prohibida, describe este lugar como ‘’un pueblo fantasma’’. Pero, para doña Marta, ni los fantasmas, ni los volcanes pueden contra la ilusión que le salta a los ojos cuando dice ‘’yo amo este lugar’’.
El papá de Jordan continúa ordeñando vacas en la zona. Por razones económicas, no le es posible cambiar de residencia y de no ser por la escuela El Volcán, Jordan no estaría hoy cursando el segundo grado y sonriendo con sus dientes de leche que contrastan su rostro moreno.
La oficina de la niña es también la de la Directora, porque cumple ambas funciones. Y es justamente esta oficina dañada por la ceniza, la que guarda su primera anécdota como maestra:
‘’Como me quedaba tan largo, me tenía que quedar a dormir en el pueblo, yo dije que me quedaba en la oficina. Hace 18 años no había luz, entonces prendí candelas y me envolví en cobijas. Pero, como a las 8 de la noche, me entró frío y miedo, y tuve que ir a pedir posada a los vecinos’’.
Magaly Serrano es la mamá de Jordan y ex alumna de la niña Marta. Mientras espera a que su esposo, quien también fue alumno de ella, regrese de ordeñar, dice que en su casa se habla de la ‘’niña’’ como una segunda mamá.
El legado de la niña se mide en cuatro cintas de graduación que cuelgan de un gancho, ahí están representadas las generaciones que logró sacar aunque fuera cabalgando:
‘’Había chiquillos ya como de 13 años que no querían venir a la escuela, por vergüenza o por pereza. Entonces yo me iba a buscarlos en caballo y los traía en caballo’’, cuenta entre risas.
El Volcán, sus características y los planes de emergencia son casi materia de examen para sus dos alumnos. Ya ellos saben identificar los sonidos, ‘’que cuando el volcán va a hacer algo, suena como un avión’’. Y algunos días aprovechan para tomar fotos o recolectar ceniza para el proyecto de la feria científica.
‘’Yo ya lo conozco, sé cuando se enoja, cuando va a hacer algo y cuando ya se calma’’, así se refiere la ‘’niña’’ Marta al Volcán. Y aunque admite que al principio alternaba las clases con turnos de vigilancia para monitorear al macizo, hoy ya no tienen miedo.
Hoy el aula está decorada con banderas y figuras de campesinos y aunque solo sean dos alumnos, ya están preparando su desfile de faroles. Lo hacen para celebrar la independencia, aunque todos los días, sin importar frío o ceniza, ellos son Patria.
2 comentarios
Buenos dias queridos Coterraneos , muy Bonita la publicacion, me toca mucho porque Yo tambien llevo muchos años viviendo en New Jersey, 45 para ser exacto y no olvido mi terruño ni mi Familia, y a provecho para enviarles un cariñosa saludo alla en Guadalupe, el Carmen. Y si vuelven por aca seria un honor para Nosotros compartir un ratito con Ustedes y Tomarnos un cafesito de Tarrazu. Dios les bendiga. Y a mi Sobrina Jakelyn, gracias por enviame el lynk.