Así salió en las noticias: Una abuelita está barriendo en el cuarto de su nieta de 10 años. Se cae al piso un papel y ella lo junta. Y lo lee. La carta escrita a mano, tiene las palabras más tristes que su nieta tenía en el alma, casi escritas con sangre: “Me siento asquerosa. ¿Por qué él me hace esto? ¿Por qué me toca así? Ya no quiero más”. Inmediatamente la abuelita empieza una cadena de actos que le salvan la vida a su nieta. Esa cadena incluye darle crédito a lo que ella dice, enfrentar la situación hasta ir a juicio, meter a la cárcel al tipo –era el vecino que a veces la cuidaba supuestamente junto con otra mujer- y buscar ayuda para reconstruirle la vida a la pequeña.
Hace algunos días conversé con un sobreviviente de abuso sexual y me contó que después de que la primera vez un vecino lo violó, él le cuenta desgarrado a su madre. Ella llama al vecino, él le dice que es mentira y la mamá terminó, delante del abusador, regañando al hijo. Invisible su dolor, “inventado” para la madre, humillado y acorralado por el vecino, siguió siendo violado durante dos años más. El niño crece odiando al mundo, creando en su mente un mundo paralelo de fantasía que no es tan oscuro ni desteñido como el real. Pero que no le creyeran pesó tanto en esa oscuridad… A los 20 años planea cómo suicidarse. Yo lo entrevisto ahora que tiene 44. “No pude matarme. Elegí el camino de sanar. Es más largo pero hoy he vuelto a sentirme vivo y hasta he podido encontrar el amor verdadero”.
No sé si la abuelita que leyó la carta de su nieta lo sabrá, pero señora, si usted llega a leer esto sepa que le salvó la vida a su nieta y quizá también a algún otro niño que aún amenazado le ha contado a algún adulto sobre su dolor y al ver lo que usted hizo cambió la historia.