Nací del vientre de mi madre pero también me dio a luz el corazón de un hombre que cruzaba ya los 40 años de edad. Recién nacida, ya existían dos hombres importantes en mi vida: mi papá y mi hermano mayor. Por eso nunca he sabido lo que es el mundo sin hombres. Por eso los amo.
Sé que pueden ser tan toscos como la piel de un árbol o tan suaves como la seda. Sé que lloran en silencio, como los machos cobardes, y los he visto llorar con lágrimas enormes como los hombres de verdad. Me quedo con los segundos, por valientes.
La vida me dio amores y mis amores tenían bigote. Sus corazones son muy impredecibles, a veces, porque les molesta lo que a nosotras no, y les encanta lo que a uno le resulta totalmente indiferente.
Ni de Venus ni de Marte, somos terrestres deseando abrazarnos con el alma, aunque a veces es lo que menos hacemos. Pero cuando nos encontramos y coincidimos pasamos de lo humano a lo divino. Así de extremos, así de maravillosos.
Mujeres y hombres nos damos la mano para salir adelante o para hundirnos en la violencia. Ambos podemos renacer y ambos podemos matarnos. Tenemos la capacidad de decir la palabra que rescata o la que asesina. El amor, para ambos, no es una sala con asientos reservados para ellas o para ellos. En esa sala cabemos todos aunque no todos elegimos sentarnos cómodamente y abandonarnos a eso que es tan poderoso y que es lo único que nos mantiene juntos. Estar en esa sala, conversando, detendría tantos gatillos a punto de accionarse…
A mis hombres, a los que amo, en este mes de noviembre en que hay un llamado mundial a que se chequeen, a que se preocupen por su salud, yo les digo que cuiden su salud, que los amamos, que son muy importantes. Que sigan amando y que sus días pueden estar más llenos de paz si en este “Movember” vuelven a ver hacia adentro y se encuentran consigo mismos.